Grecia, mil años antes de Jesucristo.
Esa era mi época. Yo me vi como un anciano maestro, calvo de pelo canoso y con barba, vestido con túnica y dando clases en mi propia academia. Enseñaba a mis alumnos filosofía y matemáticas, y lo más importante “la verdad directamente revelada” (en realidad pienso que lo de las matemáticas y la filosofía era la tapadera para lo que realmente importaba). Recuerdo que me dijiste que yo era un maestro de lo “divino y de lo humano” y así toma eso sentido.
Recuerdo un ambiente de complicidad y amistad con mis discípulos.
Algo sucedió y uno de mis alumnos me denunció a las autoridades quienes me detuvieron. Tras un periodo en un calabozo fui ejecutado por traición.
Qué sucedió: No puedo saber qué sucedió para que uno de mis alumnos me denunciara, lo que sí encontramos fue que en un momento de mis enseñanzas de La Verdad (era un término que salía recurrentemente “La Verdad”), yo dudé de La Fuente y además me permití juzgarla (y naturalmente condenarla). Ese juicio y esa duda me llevaron a cortar el canal que me revelaba la verdad de manera directa y luego de manera inmediata surgió lo del alumno delator.
Recuerdo que en el momento del prendimiento estábamos mis alumnos y yo sentados en una gran mesa compartiendo una comida (la escena me recordó la última cena). Tras el alboroto inicial, quedamos solos yo y una joven mujer quién me acompañó todo el tiempo hasta mi detención por el ejercito.
Esa mujer la sentí como una hija o como una colaboradora a quién pedí que debía continuar con la academia y sus enseñanzas en mi ausencia.
Tras un breve periodo en una mazmorra, llegó el momento de la ejecución (me cortaron la cabeza en un cadalso), veía a la mujer llorar desesperada y así a muchos de mis alumnos quienes gritaban sin consuelo. Yo estaba extraordinariamente tranquilo pues sabía lo que me esperaba y no lo temía (era como si fuera consciente del castigo a pagar por dudar de La Fuente). Viví el momento de la ejecución desde el alma, quién se situó junto al cuerpo pero fuera de él.
Tras la ejecución decidí “pegarme” para siempre a la mujer y de hecho la acompañé durante toda su vida. Una vez muerto, mi alma dictó toda mi sabiduría a la mujer quién copió mis enseñanzas en unas tablillas.
Esa mujer no pudo continuar con la academia pues la consideración que las mujeres tenían en aquella época no le permitía tal cosa, y ninguno de mis discípulos varones quiso continuar mi escuela.
Ya anciana, la mujer murió en un terremoto, o revolución o algo así (vi piedras y construcciones caer y fuego), y en ese tumulto se perdieron también las tablillas con mis enseñanzas.
Una vez muerta ella, su alma y la mía, fueron juntas hacia la luz
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